Reseña | Cine | Flow
Flow, un mundo sin palabras, poblado de ausencias.
Por Gustavo Noriega
En un planeta que aún continúa con estertores de una catástrofe ecológica, un diverso grupo de protagonistas deambula: un Gato gris oscuro (podría ser de origen inglés), un perro Labrador (raza oriunda de Canadá), un Carpincho (nativo de Sudamérica), un Secretario (pájaro africano), un Lemur de cola anillada (de Madagascar). Y con el agua como otra gran presencia.
La singularidad de Flow está dada porque los animales animados no se comunican con lenguaje humano, y el propio de cada uno -como sabemos- es diferente.
Pueden rastrearse ideas bíblicas, como el diluvio universal –con una condena latente, pues no hay un arco iris que anuncie que el aluvión terminó- y paisajes con obras grandiosas: esculturas, arquitecturas en ruinas al estilo de los tenebrosos grabados de Piranesi; -y como si se tratara de un espejismo- una silueta amenazante que recuerda a la “Isla de los muertos” del pintor suizo Arnold Böcklin (obra que atrajo desde Hitler a Freud), donde las rocas son protagonistas y las siluetas fúnebres de los cipreses también se convirtieron en piedra.
La película parece “decir” muy poco, forzando al espectador a que llene de sentido las escenas con su propio bagaje; que fluya, que se entregue y disfrute de este viaje a la deriva.
A pesar de ser esencialmente diferentes, los animales logran una cierta camaradería porque parecen conscientes de que su mundo colapsó y deben adaptarse.
El carpincho que se muestra imperturbable y pasivo será quien oficie de timonel del velero convertido en morada. El perro labrador es el compañero ideal, aunque no haya humano a quien serle fiel. El pájaro secretario será quien proteja al gato, que abandonó su hogar porque se quedó sin “súbdito” con quien interactuar. Mientras que el lémur acumulador de objetos -el más parecido al hombre- será quien se encuentre embelesado por un espejo.
Un particular idiolecto en la animación, da una textura algo pixelada a los animales estrella, mientras reserva una mayor definición a paisajes, objetos y seres secundarios (ciervos, liebre, peces); probablemente para que no olvidemos que la animación es un trabajo artesanal, y para dejar un efecto vintage en algunas superficies.
Los sonidos del ambiente ocupan un lugar importante, o al menos podemos dedicarle una escucha activa ya que no hay diálogos ni debemos leer subtítulos. A esto se suma una música sutil que insinúa alguna cultura lejana, es decir menos europea que la que realizó el film. Así, el velero más los sonidos, nos transportan a Oriente; pero todo sin estridencias, como el color, que sólo estará saturado en los cardúmenes y en los pescados.
Las palabras de su director arrojan algo de luz: “Decidí hacer mi siguiente película, que se convirtió en Flow, sobre un personaje que está acostumbrado a ser muy independiente y autosuficiente y ahora tiene que descubrir cómo trabajar en equipo. Antes, si tenía una idea, tenía que averiguar cómo hacerla yo mismo, pero ahora tenía que articularla para el equipo. Esto fue un desafío a veces, pero también muy gratificante cuando las ideas evolucionaban a través de la colaboración”.
Entonces, parece que Flow, podría ser una observación sobre los distintos aislamientos que se han planteado en el siglo XXI, una reflexión sobre la alteridad -mi relación con el Otro- y la aliedad -fundamentalmente el en plano político-social, la relación de cada hombre con el conjunto de los otros hombres-.
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