Reseña | Cine | La Herida
Recuerdos sombríos de un amor fallido
Por Gustavo Noriega
“La Herida” (con guión y dirección de Diego Gottheil) sigue a Raúl -un abogado maduro,
intérpretado por Carlos Santamaría; y en su versión veinteañero, por Junior Pisanu- que se
entera de la muerte de Marcela (Macarena Suárez), el gran amor de su adolescencia. A partir
de la noticia revivirá con recuerdos, los avatares de ese romance frustrado e intenso, con una
realidad oscura como “telón de fondo”.
La emoción lo sumerge en la memoria de aquel invierno de 1980 en Buenos Aires y la nostalgia
vivificará esa lastimadura de amor silenciada, que nunca sanó.
Ella, Marcela, es un personaje libre. Queda embarazada de una relación casual y este
embarazo no buscado ni deseado, la sumerge en una gran angustia. Eran tiempos en que la
información sobre sexualidad era escasa y clandestina; de modo que un suceso semejante
significaba una crisis absoluta en la psiquis de personajes como ellos, tan aislados en la
comunicación familiar -propio de la edad- y bajo un régimen dictatorial que invadía la vida
cotidiana.
Raúl le ofrece a Marcela su amor –apasionado y desesperado- aunque no sabe muy bien cómo
actuar, en medio de esa situación. Resulta interesante que, a pesar de que la idea del aborto
es acuciante y el vínculo se encuentra comprometido, se dan varios encuentros sexuales que
denotan que las hormonas mandan. Algo de inconciencia propia de la edad se trasluce en una
costumbre -que podría interpretarse como moda- proveniente de décadas anteriores y es la
presencia casi permanente del cigarrillo y el humo.
Él con alma de poeta, tiene todas las fichas puestas por su entorno para que estudie Derecho.
Su padre, puede facilitarle el camino en su propio bufete de abogados, que se beneficia de las
relaciones obsecuentes con el gobierno militar de esos años.
Una muestra de lo adverso que podía resultar una proyección de futuro por entonces, puede
verse en escenas en los “claustros” universitarios, donde el protagonista se debate entre la
obediencia y el patear el tablero, entre abandonarlo todo o domesticarse y aprovechar su zona
de confort.
La historia íntima y personal se convierte en road movie. Ubicada temporalmente muy poco
antes de que el matrimonio Shocklender aparezca muerto en un auto (semejante al que usa la
la parejita para moverse; y por el mismo rumbo que tomaron los supuestos parricidas: la
Costa, donde también aparecían cadáveres arrojados al mar desde aviones militares).
También la vida familiar de él, se asemeja a la que el cine de Fernando Ayala en “Pasajeros de
una pesadilla” nos mostró: ese ambiente de clase media muy acomodada, donde los
encuentros a la hora de la mesa no solían disfrutarse demasiado, entre otras cosas, por
llamadas telefónicas inquietantes.
Las actuaciones y caracterizaciones dan densidad a los personajes, y en especial a la jovencita
que se muestra ensimismada, poco menos que muda. Santamaría carga con escenas densas,
de emociones contenidas y también de descarga; todo en escenas breves pero magistrales.
Los roles secundarios en los respectivos entornos familiares, crean los climas ideales para
hacerse idea de esos universos disímiles, pero cuyas esas diferencias no serán parte del
conflicto.
La fotografía, que recuerda lo difuso de las imágenes de esos años, dan mayor verosimilitud al
relato, junto a otros detalles como puede ser la campera de jean, con abrigo símil piel de
cordero, convertida en un fetiche de época.
Para cierre, el final con “Como el viento voy a ver” (de Pescado Rabioso con voz del Luis
Alberto Spinetta), será la forma de desahogo de la crónica donde uno abandona al otro, sin
poder aclarar nunca qué pasó.
Con este film, Gottheil apuesta a lo audiovisual como parte de su trabajo que incluye la
escritura y las leyes, a las que su mirada aporta mucha memoria y emoción.


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