Reseña | Cine | Tortuga persigue a tortuga


Con el hogar a cuestas

Por Gustavo Noriega

En la última edición del BAFICI apareció en la competencia de “Vanguardia y Género”, un
material difícil de definir, Tortuga persigue a tortuga, la película de Víctor González que une
dos eventos de 1988, de una gran y singular intimidad.
Se trata de una película pensada e interpretada por un director a mediados de los ´80, y
montada por el mismo, cuarenta años después.

Eran tiempos del austral, y ya por entonces -tal como aparece en la película- se puede ver un
grafiti: De chiquito fui aviador, pero ahora soy un enfermero (replicando el verso de Raros
peinados nuevos, de Charly García).
Las decisiones de dirección fueron: fijar el momento, elegir el cameraman e indicarle que no
corte para que se patentice la vida. Porque tal como su director asegura; es más vida que cine.
Pero también al mostrar los títulos con el movimiento de una máquina de escribir (que por ese
entonces ya tenía las horas contadas por el advenimiento de la era informática) le agrega una
pátina de nostalgia.

En el primero de los sucesos; un joven –el propio director- ingresa al espacio que subalquila a
una pareja (María y el Colo, que prefieren no hablar, especialmente por la presencia de la
cámara), acompañado por un camarógrafo, con filmadora VHS en mano. Sus convivientes lo
están echando por motivos que no terminan de esclarecerse. La cámara es como un arma, que
ataca pero que pierde protagonismo cuando la violencia aparece delante de ella.
En el segundo de los eventos -el de habitar un nuevo espacio, casi vacío- aparecen la obsesión,
el amor… el enamoramiento de la imagen del otro… del brillo agalmático que lleva a idealizar
el objeto de deseo. Todo esto, expuesto del derecho y del revés, nos permite ver que es la
mujer, la más honesta de esta relación, que destila esa sentencia... No está terminado hasta
que esté terminado.



La inspiración podría rastrearse en ese drama romántico que aborda una intensa conversación
personal sobre la memoria y el olvido, llamado “Hiroshima mon amour”, y que fue el primer
film de ficción de quien ya tenía una trayectoria como documentalista.
«La película nació del deseo de hacer cine sin importar cómo, usando las circunstancias de mi
vida como tema y motivo. Ese material, esperando, hasta que me decidí a editarlos como una
única película. Ambos momentos encajan y transmiten la misma urgencia con que fueron
filmados. Al decidir que hubiera presente una cámara modifiqué irremediablemente ambas
situaciones; pero al tener un cameraman a mi lado terminé haciendo una película. Primero la
vida –vivida con mucha intensidad- después el guion”, dice su director.

El film pensado e interpretado por su director a mediados de los ´80, es montado por el
mismo, cuarenta años después. Sus dos partes fueron grabadas por dos personas distintas: la
primera parte de un modo más osado, y la segunda, de una manera un poco más pasiva;
ambos correspondiéndose con el espíritu de los acontecimientos.
Para quien no haya atravesado algún problema de convivencia, ni se haya obsesionado con un
amor, podrá sentir que la película lo deja afuera.

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