Reseña | Teatro | Sería una pena que se marchitaran las plantas


Por Sabrina Alonso  

“Sería una pena que se marchitaran las plantas” es una obra que atraviesa la

historia de una pareja en pleno proceso de ruptura. Todo sucede en un departamento

cargado de memoria, un espacio donde resuenan los restos de lo que compartieron. La

pieza habla del amor y la pérdida, de lo que se recuerda, de lo que se olvida, y de

cómo esos gestos cotidianos quedan suspendidos entre dos personas que intentan

separarse.


Esta versión del texto de Ivor Martinic, producida por El Método Kairós y dirigida por

Samir Carrillo, cuenta con las interpretaciones de Nadia Fürst, Mauro J. Pérez y Toto

Salinas.

Uno de los recursos más interesantes de la puesta es la incorporación de un personaje

que interpreta las didascalias. Al encarnar esas acotaciones, el personaje introduce un

registro cómico que oxigena la tensión dramática. Sus gestos funcionan como un

espejo del público: reacciona, se sorprende y acompaña lo que sucede en escena,

aportando un ritmo particular.


Tanto la dramaturgia como las actuaciones, sutiles y contenidas, construyen un código

fresco que dialoga con elementos escénicos más rupturistas en relación a la

verbalización de las didascalias, aportando ritmo y sin perder intimidad. La

verbalización de aquello que, en principio, está escrito para no ser dicho, genera una

dinámica donde actor y personaje van y vienen continuamente.


El espacio de la sala, dispuesto en 360°, se aprovecha de manera precisa. Los actores

se desplazan de forma que cada espectador pueda acceder a distintos ángulos de la

acción. La iluminación y la escenografía móvil acompañan con una sencillez efectiva,

reforzando la liviandad y la honestidad emocional de la propuesta.




La naturalidad con la que se aborda una situación dolorosa, como lo es una separación

y las pequeñas preocupaciones que quedan flotando, como el trato con los vecinos o el

cuidado de las plantas, vuelve la historia profundamente reconocible. La obra invita a

reconocerse en esos pequeños ritos domésticos que sobreviven inconscientes a una

separación. En casi una hora que dura la obra, asistimos a la transformación del

departamento y, con él, a la evolución de los personajes en esta nueva etapa.


Una obra que habla de la dificultad de soltar, y de cómo se atraviesa una ruptura de

manera progresiva, casi imperceptible, pero inevitable.

La presencia de las plantas opera como una metáfora delicada: lo que se seca, lo que

persiste, lo que necesita tiempo para volver a crecer. En ellas se condensa el vínculo

que la pareja intenta soltar sin terminar de hacerlo, la pena de lo que se marchita

después de haber sido cuidado durante tanto tiempo, la energía y el amor invertido en

una relación que llega a su final. Deja planteada una reflexión que va mucho más allá

de las relaciones de pareja, haciendo referencia a todo lo efímero en la vida: nada es

para siempre, y eso no vuelve menos valioso el cuidado que se brinda mientras está

ahí.


La obra es una propuesta que trabaja con lo cotidiano y transforma un departamento

cualquiera en un territorio emocional, atravesando con frescura un tema que parece

liviano pero es sumamente profundo. Continúa en cartelera hasta el 28 de noviembre

en el teatro “El Método Kairós”.

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