Reseña | Cine | La Quinta
Por Valeria Riso
El fuego, la oscuridad ¿existe la maldad en el interior de un niño?
¿pueden los padres negar lo obvio?
¿Cuánto se pueden cubrir entre hermanos una tragedia?
En “La quinta”, la directora Silvina Schnicer (esta es su cuarta película como guionista, y la segunda centrada en las infancias) nos plantea muchas preguntas, dentro de una historia familiar, que quien sabe en qué época vive, no importa. Lo que importa es lo que ocurre puertas adentro, como convive o sobrevive.
Una temporada en la casaquinta de fin de semana, reencuentros con amigos, un festejo de cumpleaños, parece el plan perfecto. Sin embargo, la oscuridad está presente en cada rincón de la casa, que se encuentra revuelta por un hecho de inseguridad, dejando energía oscura que solo es iluminada por el fuego interior de un niño.
La estética de la película está inundada de contrastes y texturas, la excelente elección del vestuario, donde abundan los tejidos que con su textura y los fondos negros logran un clima de tensa oscuridad. En conjunto con una dirección de arte (Silvina además de guionista y directora se ha desempeñado en el cine como directora de arte de otras obras) refuerza esa sensación de atemporalidad. Esta podría ser una historia de hoy, de ayer o de hace treinta años, dejando en segundo plano el tiempo y poniendo en primer plano la densidad de la narrativa, que se completa con una edición de sonido muy potente, que nos tiene con el corazón en la boca hasta el final.
Las actuaciones infantiles son sobresalientes. Da escalofríos ver como los niños encarnan ese costado siniestro o perturbado de seres desalmados, para luego volver a ser simplemente eso: niños.
Valentín Salaverry (Martín) protagonista de este thriller con una actuación sobresaliente como ha desarrollado la profundidad de este siniestro niño). Milo Lis (Federico), su segundo protagónico y su cuarta película, también sobresale su interpretación, es el hermano que cubre, que calla y que sufre los daños emocionales colaterales de esta tragedia) y Emma Cetrangolo (Martina) con un rol más inocente. Disfrutan de la libertad de la Quinta para estar en contacto con la naturaleza, jugar, explorar nuevos escenarios sin la mirada atenta de sus padres, que se encuentran ocupados resolviendo problemas de inseguridad en el barrio de fin de semana, sin saber que entre los niños puede haber problemas más profundos.
Filmada en una casa quinta de Ingeniero Maschwitz. La locación es perfecta para esta historia lúgubre. ¿Quién no ha justificado alguna vez una tragedia, escudándose en la inocencia de un niño?
Una vez que lo más temido comienza a salir a la luz, se activa una dinámica familiar que, entre miradas, y pocas palabras, tienen que decidir qué rol va a cumplir cada uno en este fatídico fin de semana. Los padres representados por Cecilia Rainiero (una madre callada, que comprende más de lo que dice) y Sebastián Arzeno (un padre que también elige el silencio, y guardar puertas adentro de esta familia una catástrofe).


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