Reseña | Cine | Weser
Por Nahuel Tesouro
Fernando Spiner es un
director atípico. Cuando hace ficción, nunca toma los atajos y caminos de las
estructuras narrativas tradicionales, como lo demuestra en Adió, Querida Luna,
La Sonámbula o, su llamada magnum opus, Aballay, El Hombre Sin Miedo; y cuando
no realiza ficción, sucede lo mismo. Sus documentales siguen una tendencia
similar a la de sus películas más fantasiosas en una paradoja voluntaria. La
Boya y, ahora, Weser, son dos claros ejemplos de esto.
Weser comienza con el
agua, la oscuridad debajo de ella, y el azul y las burbujas que lo acompañan.
De fondo, se oye un narrador hablando en ucraniano y parafraseando poemas. Esto
es solo una muestra de cómo será el resto del largometraje.
Con un eje que
involucra un taller de lectura y análisis de poesía por zoom, ya que gran parte
de la historia transcurre durante la pandemia, cada miembro de ese taller irá
leyendo poemas y explicando qué disfrutaron de ellos. El juego entre documental
y ficción está presente desde el minuto cero ya que en dicho taller tenemos,
entre los miembros, al propio Fernando Spiner, a su hermano y al propio Luis
Ziembrowski. Todos tendrán su turno para hablar y, luego de cada poema leído,
sí tiene lugar la parte más “documental” si se quiere, ya que nos encontramos
con anécdotas, historias, de personajes particulares, algunos de ellos amigos
cercanos del director. Este lazo de amistad, familiaridad, poesía y el amor
quedará patente a lo largo de sus 70 minutos.
Otra nota aparte va
para el grandísimo Daniel Fanego, quien tiene acá su último papel encima. Ya
con la enfermedad que terminaría con su vida, el propio actor insistió para
participar en Weser y lo hace de una manera increíble: interpretando al propio
director en dramatizaciones sobre cómo fue su vida durante la pandemia. Es
imposible en muchas de esas escenas no hacer el paralelismo con la enfermedad
real que Fanego atravesaba en ese momento.
Inclasificable, muchas
veces rompiendo la cuarta pared en un estilo muy similar al de Los Rubios de
Albertina Carri en esa famosa escena del INCAA, y llena de poesía, es una
propuesta experimental, diferente a lo que uno está acostumbrado.
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