Reseña | Cine | El Agujerito
Cuando los discos eran universos
En el año en que el Hombre alunizaba los hermanos Epstein fundaron
una disquería: El agujerito. Ubicada en la manzana porteña que se
convirtió en el lugar obligado para quienes buscaban expresarse o
nutrirse de “lo nuevo”; más precisamente, en un pequeño local de la
Galería del Este. Con el pasar del tiempo corrió la voz y se sabía que los
Long Play importados o de culto, sólo allí se podían hallar.
Los músicos representantes del rock nacional –la voz de León Gieco
abre el film- encontraron en este reducto, las grabaciones de sus
referentes foráneos y hallazgos inspiradores que llevan atesorados
desde entonces. Pero a la ebullición creativa de esos días se opusieron
regímenes de mano dura; que obligaron al exilio no sólo de artistas, sino
también a quienes fueron distribuidores de sus obras. No olvidemos que
no sólo el contenido de esos vinilos podía ser provocativo, sino que
muchas veces sus cubiertas eran una protesta o una incitación a la
indisciplina. El propiciar lugares de encuentro y de pensamiento era
severamente vigilado; y castigados sus responsables muchas veces con
trampas; como el vil recurso de plantar una evidencia (bolsita con droga),
para la consiguiente acusación.
La peli tiene valor testimonial, exponiendo archivos visuales y sonoros,
con pequeñas dosis de humor que siempre vienen bien; especialmente
para no caer en la mera nostalgia; ya que el emblemático sitio cerró
definitivamente, luego de atravesar a lo largo de las décadas avatares,
tecnológicos, culturales, comerciales y sociales.
Algunos recursos visuales utilizados en las entrevistas crean clima,
mientras que la banda sonora podría ser más profusa, ya que suenan
acordes de temas escuchados una y otra vez cuando se trata de los 70;
quizá sea por cuestión de derechos o para llegar más directo al corazón.
De trasfondo de un testimonio aparece el registro de un recito de la
FADU UBA donde se ve una enorme bandera que alude a los
desaparecidos, como si fuera una “entrelínea”, para indicar que sí fueron
30.000. Y, aunque sencillas, se pueden ver unas breves, pero efectivas
animaciones.
Como para contrarrestar tanto delirio que se respiraba en el ambiente,
Jorge Luis Borges vivía enfrente a la Galería y solía tomar café y dar
conferencias ahí; y para colmo de mística, el iso-logo del local fue
diseñado por Luis Felipe Noé, el autor de “Asumir el caos”.
Me parecio interesante el hallazgo como un documento más del grupo pero carece de vuelo como documental
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