Reseña | Cine | El Agujerito

 

Por Gustavo Noriega


Cuando los discos eran universos


En el año en que el Hombre alunizaba los hermanos Epstein fundaron

una disquería: El agujerito. Ubicada en la manzana porteña que se

convirtió en el lugar obligado para quienes buscaban expresarse o

nutrirse de “lo nuevo”; más precisamente, en un pequeño local de la

Galería del Este. Con el pasar del tiempo corrió la voz y se sabía que los

Long Play importados o de culto, sólo allí se podían hallar.

Los músicos representantes del rock nacional –la voz de León Gieco

abre el film- encontraron en este reducto, las grabaciones de sus

referentes foráneos y hallazgos inspiradores que llevan atesorados

desde entonces. Pero a la ebullición creativa de esos días se opusieron

regímenes de mano dura; que obligaron al exilio no sólo de artistas, sino

también a quienes fueron distribuidores de sus obras. No olvidemos que

no sólo el contenido de esos vinilos podía ser provocativo, sino que

muchas veces sus cubiertas eran una protesta o una incitación a la

indisciplina. El propiciar lugares de encuentro y de pensamiento era

severamente vigilado; y castigados sus responsables muchas veces con

trampas; como el vil recurso de plantar una evidencia (bolsita con droga),

para la consiguiente acusación.




La peli tiene valor testimonial, exponiendo archivos visuales y sonoros,

con pequeñas dosis de humor que siempre vienen bien; especialmente

para no caer en la mera nostalgia; ya que el emblemático sitio cerró

definitivamente, luego de atravesar a lo largo de las décadas avatares,

tecnológicos, culturales, comerciales y sociales.

Algunos recursos visuales utilizados en las entrevistas crean clima,

mientras que la banda sonora podría ser más profusa, ya que suenan

acordes de temas escuchados una y otra vez cuando se trata de los 70;

quizá sea por cuestión de derechos o para llegar más directo al corazón.

De trasfondo de un testimonio aparece el registro de un recito de la

FADU UBA donde se ve una enorme bandera que alude a los

desaparecidos, como si fuera una “entrelínea”, para indicar que sí fueron

30.000. Y, aunque sencillas, se pueden ver unas breves, pero efectivas

animaciones.

Como para contrarrestar tanto delirio que se respiraba en el ambiente,

Jorge Luis Borges vivía enfrente a la Galería y solía tomar café y dar

conferencias ahí; y para colmo de mística, el iso-logo del local fue

diseñado por Luis Felipe Noé, el autor de “Asumir el caos”.




Comentarios

  1. Me parecio interesante el hallazgo como un documento más del grupo pero carece de vuelo como documental

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